NETTEL Y EL CUERPO EN QUE NACÍ.
Imagina nacer con una mancha
sobre la córnea y usar un parche color carne, que te digan qué la cura
seguramente la abra en un futuro, ¿cómo será la vida en tu escuela, serías una
marginada o bullyeada, ¿en qué te podría ayudar tus habilidades como escritura
para vengarte de la opresión? En esta pequeña probada del libro el cuerpo en
que nací encontraras las respuestas.
1.
Nací con un lunar blanco, o lo
que otros llaman una mancha de nacimiento, sobre la córnea de mi ojo derecho.
No habría tenido ninguna relevancia de no haber sido porque la mácula en
cuestión estaba en pleno centro del iris, es decir, justo sobre la pupila por
la que debe entrar la luz hasta el fondo del cerebro. En esa época no se
practicaban aún los transplantes de córnea en niños recién nacidos: el lunar
estaba condenado a permanecer ahí durante varios años. La obstrucción de la
pupila favoreció el desarrollo paulatino de una catarata, de la misma manera en
que un túnel sin ventilación se va llenando de moho.
El único consuelo que los
médicos pudieron dar a mis padres en aquel momento fue la espera. Seguramente,
cuando su hija terminara de crecer, la medicina habría avanzado lo suficiente
para ofrecer la solución que entonces les faltaba. Mientras tanto, les
aconsejaron someterme a una serie de ejercicios fastidiosos para que
desarrollara, en la medida de lo posible, el ojo deficiente.
Esto se hacía con
movimientos oculares semejantes a los que propone Aldus Huxley en El arte de
ver pero también –y esto es lo que más recuerdo– por medio de un parche que me
tapaba el ojo derecho durante la mitad del día. Se trataba de un pedazo de tela
con las orillas adhesivas semejantes a las de una calcomanía. El parche era
color carne y ocultaba desde la parte superior del párpado hasta el principio
del pómulo. A primera vista, daba la impresión de que en lugar de globo ocular
sólo tenía una superficie lisa. Llevarlo me causaba una sensación opresiva y de
injusticia. Era difícil aceptar que me lo pusieran cada mañana y que no había
escondite o llanto que pudiera liberarme de aquel suplicio.
No había otros niños así en mi
colegio, pero tenía compañeros con otro tipo de anormalidades. Recuerdo a una
chica muy dulce que era paralítica, un enano, una rubia de labio leporino, un
niño con leucemia que nos abandonó antes de terminar la primaria. Todos
nosotros compartíamos la certeza de que no éramos como los demás y de que conocíamos
mejor esta vida que aquella horda de inocentes que, en su corta existencia, aún
no habían enfrentado ninguna desgracia.
Por esas fechas –yo debía estar
comenzando la primaria– empecé a adquirir el hábito de la lectura. Había
empezado a leer un par de años atrás pero, dado que ahora tenía acceso continuo
al universo nítido al que pertenecían las letras y los dibujos de los libros
infantiles, decidí aprovecharlo. El paso a la escritura se hizo naturalmente.
En mis cuadernos a rayas, de forma francesa, apuntaba historias donde los
protagonistas eran mis compañeros de clase que paseaban por países remotos
donde les sucedían toda clase de calamidades.
Aquellos relatos eran mi
oportunidad de venganza y no podía desperdiciarla. La maestra no tardó en darse
cuenta y, movida por una extraña solidaridad, decidió organizar una tertulia
literaria para que pudiera expresarme. No acepté leer en público sin antes
asegurarme de que algún adulto se quedaría a mi lado esa tarde hasta que mis
padres vinieran a buscarme, pues era probable que a más de uno de mis
compañeros le diera por ajustar cuentas a la salida de clases. Sin embargo, las
cosas ocurrieron de forma distinta a como yo esperaba: al terminar la lectura
de un relato en el que seis compañeritos morían trágicamente mientras
intentaban escapar de una pirámide egipcia, los niños de mi salón aplaudieron
emocionados. Quienes habían protagonizado la historia se aproximaron
satisfechos a felicitarme y quienes no me suplicaron que los hiciera partícipes
del próximo cuento. Así fue como poco a poco adquirí un lugar particular dentro
de la escuela. No había dejado de ser marginal, pero esa marginalidad ya no era
opresiva.
El siguiente vídeo te podrá ayudar a comprender la manera de escribir de Guadalupe Nettel:
El uso de la mirada potente de un
niño puede a su manera comprender el mundo que nos rodea, las comunas hippies,
las escuela activas, el exilio, esta es la época de los setenta que le toco
vivir a Guadalupe Nettel, retoma partes familiares, trata de representar su
infancia en este personaje.
“Darle forma literaria a tu
propia vida con recursos autobiográficos”.
ACTIVIDAD DE LA
SEMANA
¿Describe un relato de un niño o
un adolescente donde un rasgo del aspecto físico, defecto, color de piel, forma
de hablar, etc. ocasiona dificultades o problemas y cómo lo podría superar?
ESTAS BIEN PRIETOTE
ResponderEliminarRecuerdo cuando aún no tenía conciencia o la clase de historia aún no comprendía a fondo, de la raza de piel cobre, del color dorado, donde al final de cuentas somos parecidos al café con leche unos panzas blancas, cara morena o viceversa, pero el trauma que me llevo a verme al espejo y en verdad preguntarme ¿estoy tan moreno casi como una llanta?
Y si me pongo crema, en qué ayudaría, recuerdo bien aquella persona ella tenía el color de aquellos españoles que no solo saquearon al país, empeoraron la raza, cabe resaltar que los indígenas no conocían de enfermedades, los españoles incluso carecían de hábitos de higiene como bañarse, rasurarse, etc.
Así que esa raza esparció la semilla que por azares genéticos algunos afortunados salieron no tan quemados hay que recordar que en los caballos si existe la raza pura, pero el mestizaje funciono como licuadora mezclando todo tipo de razas dando como resultado una gran diversidad.
Esos genes viejos heredados de generación en generación en verdad ocasionan que dos güeros puedan tener un hijo moreno, ¿no me cree?, esto ya pasó en la época colonial una vez y fue causa de algo más que un divorcio. La respuesta está en la herencia, en el árbol genealógico, si esa niña de mi historia ya adulta sino metió la pata de joven, se casó con un moreno; la probabilidad de que su hijo, nieto salga peor de moreno que yo es muy alta, pero claro esa niña no hacia este tipo de deducciones y sólo se fijaba en su piel descolorida que rápidamente se quema con el sol o más propensos al cáncer de piel y enfermedades cutáneas.
La superioridad del blanco sobre el moreno trescientos años con esa creencia porque una niña de once años no podría creerse superior a los demás e insultar a otro por su color de piel.
Actualmente estoy orgulloso de mi color de piel y no me case con una blanca por mejorar la raza o por qué no me gusten las morenas, estas frases populares que el moreno no se case con una igual porque pobre de los hijos o mejorar la raza uno moreno con un blanco; siguen formando parte de esas ultimas vestigios de la superioridad del español sol sobre el moreno color tierra fértil, que se empeña en todavía una forma de discriminación a la cual nos someteremos los morenos hasta los confines del tiempo.